Cristina Gómez Amado, Digital Client Advisor, reflexiona sobre la figura del hater, la normalización del odio en redes sociales y la necesidad de la educación digital para fomentar la concienciación
El caso de Vinicius ha revolucionado al mundo entero. A raíz de la reciente polémica que tuvo lugar durante el Real Madrid-Valencia del pasado domingo, en el que el futbolista brasileño fue víctima de numerosos insultos racistas, no solo los medios deportivos españoles se han hecho eco del caso, sino que ha tenido una repercusión a nivel mundial.
Y es que, como defienden algunos, siempre ha sido costumbre que los campos de fútbol sirvan de espacio para desahogarse y gritar, pero yo me pregunto, ¿hasta qué punto? ¿a costa de quién?
Parece haber cierta impunidad en los campos y entre los aficionados ya que pocas veces se ha llegado a sancionar duramente o anular un partido por estos motivos. Pero el hate no está solo presente en los campos, y en este deporte en concreto, sino que también podemos encontrar muchos ejemplos en las redes sociales, donde parece que la impunidad es todavía mayor, y donde parece que no haya límites para ofender, criticar y menospreciar al prójimo.
Solemos trabajar con numerosos influencers que, siendo personajes públicos, están expuestos a constantes reproches, insultos, vejaciones, incluso amenazas, simplemente por su físico, por un corte de pelo, por llevar ropa ajustada o por su forma de actuar y ser. Lo hemos visto en el reciente caso de Rosalía, víctima de la difusión de contenido desnudo falso, que también es un tipo de violencia. En la denuncia interpuesta por Laura Escanes por recibir amenazas, y en muchos más casos mediáticos como Dulceida, que habla de ello en su documental estrenado a finales de 2022, María Pombo, Teresa López Cerdán, Dani Marrero y un largo etcétera.
La figura del hater ha cobrado mucho protagonismo en los últimos años, mostrando la cara más negativa de las redes sociales. El poder de anonimato y su sensación de impunidad, junto a la falta de empatía son factores clave que provocan estos ataques. Ataques que no solo van dirigidos exclusivamente a gente famosa, sino que se ha convertido en una forma común de acoso también a menores y adolescentes.
Parar esa espiral de toxicidad, y no retroalimentarla, es fundamental. Para ello es clave invertir en educación y concienciación digital, pero sobre todo saber que insultar es delito y por lo tanto, denunciable. Todas las personas tienen derecho a la libertad de pensamiento, opinión y expresión, pero siempre y cuando no se haga apología del odio y no entre en conflicto con otros derechos como el de no sufrir discriminación.
¿Dónde marcamos el límite? Creo que la clave está en pensar antes de escribir y si lo que vas a poner no lo dirías en persona, entonces es mejor no ponerlo. Una pantalla, y el anonimato que ofrecen las redes no es excusa para menospreciar a nadie. Como diría mi madre, “si no tienes nada bueno que decir, mejor cállate”.
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