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¿Y si pudieran ser 2? Bueno, pensándolo mejor y para que le dediques al menos uno, llámame y te lo leo yo.

De todos modos, te veo con mucho jaleo, así que voy a acelerar el ritmo, aunque me ahogue. Quiero contarte todo lo que pueda en el menor tiempo posible… ¿Hasta qué punto influirá mi interpretación en tu criterio para evaluar la información? ¿Importa realmente?

1980, El Imperio Contraataca. La peli, no la canción de Los Nikis. Imaginemos que el metraje se redujera simplemente a la escena en la que Darth Vader dice lo de “yo soy tu padre”. Después, cortinilla de estrella y… créditos.

Hoy, la película está en una plataforma de streaming y probablemente exista así en la cabeza de muchos suscriptores: “El montaje del socialopitecus”.  Esa persona que, ante una emergencia social, si se ve corta de referencias en repertorio siempre podrá participar activamente en la conversación tras darle al play desde la app del móvil e ir haciendo fast-forward. En un hipotético escenario catastrofista, en su pantalla están saltando constantemente pop-ups de WhatsApp, haciendo spóilers del nuevo spin-off de Bobba Fett. Tiene que darse prisa: ¿llegará a repasar los highlights de la peli a tiempo para meter un chascarrillo popcultureta en el chat de grupo? Si le cuesta concentrarse, activará los subtítulos de vídeo, así no tendrá que pausar el audiolibro de El Quijote que lleva en los auriculares y que ya se le está mezclando con la Marcha Imperial. De cuando en cuando, echa un ojo igualmente al andén, no sea que se pase de estación y no llegue a tiempo a su examen de literatura.

Lo de saborear las cosas, hace mucho tiempo que se acabó (a la mi*rda el mindfulness). En el ecosistema multimedia en el que vivimos inmersos, disponemos de una variedad de formatos que admiten una cantidad infame y absurda de combinaciones entre sí, para nuestro disfrute y/o anulación de los sentidos. Lo peor, es que ya están más que socialmente aceptadas.

Descuidando las formas, menospreciamos el fondo. A la hora de procesar datos, no veo con malos ojos circular por la vía en coche de caballos. No digo que haya que ir andando a todas partes, pero tampoco en Fórmula 1.  La información necesita un tiempo natural para ser procesada, incluso un entorno apropiado para contrastarla. En ese viaje, disfrutar del paisaje es algo en constante lucha con nuestra inherente necesidad de saber más que el otro… y antes que él. Lucha.

La buena noticia es que las necesidades se canibalizan rápido: tenemos otras cosas que hacer, ver y escuchar. Leer también, por eso mismo este texto tiene negritas (tip).

En social media convivimos con esa tendencia hacia una especie de reducción al absurdo, hacia una interpretación condicionada cada vez por más factores. Twitter ya experimenta con una herramienta que permite cambiar el ritmo tanto de vídeos como de tweets de voz. Gracias a sus nuevas velocidades, en un rango de 2.0x a 0.25x, podremos estimar, paulatinamente de manera más y más inconsciente, el tiempo al que queremos exponernos a una información. Otra responsabilidad que nos cuelgan. Para el común de los usuarios es una herencia de lo (ya no tan recientemente) aplicado en las notas de audio de WhatsApp.

No queda otra. Ante la creciente y supuesta libertad por dejarnos hacer lo que nos dé la gana, tendremos que implantar nuestras propias leyes morales para protegernos de los gigantes. Por ejemplo, jamás se te ocurra acelerar un audio de tu padre. Cuestión de principios.