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Javier Arribas, Digital Client Executive en OmnicomPRGroup, reflexiona sobre el metaverso y las oportunidades que supone para las marcas

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Huir de la realidad ha sido la clave de la industria del entretenimiento desde el inicio de los tiempos. Qué digo de la industria… Es el objetivo principal del ser humano que ansía nuevas experiencias fuera de su alcance: vivir otras vidas, visitar otros mundos… O bien, simple y cruelmente, matar el tiempo. Si a esa triste pero enriquecedora necesidad la regamos con marketing, da sus frutos. Por ejemplo, un melón. Un melón llamado metaverso.

Es el melón de tales dimensiones que cada uno lo abre por el lado que más a mano le pilla (actualmente no tiene regiones, ni localidades, ni calles. Por abreviar: solo habitaciones virtuales semi inconexas). Es un melón con multitud de posibilidades culinarias, pero al que quedan muchos años de maduración.

Nos sometemos a semejantes cánones de perfección, con expectativas imposibles de cumplir en el mundo real, que impulsamos la creación de nuevos mundos más asequibles y, si puede ser, a nuestro antojo.

Tanto las marcas como los KOL quieren entrar (no tanto los propios desarrolladores, que no le ven la gracia todavía). ¡Qué moderno es! Pero ¿cuánto lleva gestándose y de dónde sale? Las experiencias inmersivas y los avatares llevan tiempo entre nosotros de manera palpable: El metaverso es ese chaval que camina por la acera delante de ti, haciendo eses, sin dejarte paso, con sus auriculares con cancelación de ruido. Un habitante en su realidad paralela selectiva, de la que te ha eliminado. Directamente.

El metaverso es decorar el salón de tu casa en base al de una sitcom de éxito; Un avatar es la versión de ti que muestras en el trabajo; También es ese amigo que cuenta por ahí tus anécdotas como si fueran suyas, porque propias no tiene. El metaverso es hacerse 6 o 7 fotos seguidas, cansando al personal, para poder elegir la mejor. Y digo más, el metaverso es caerse por un acantilado haciéndose un selfie, buscando el encuadre perfecto. Nuestra inmersión en la fantasía de lo digital es cada vez mayor. Tanto, que comenzamos a despreciar e ignorar las leyes de la física en nuestro entorno. Imaginemos esta tragicomedia, que ya está ocurriendo, elevada a la enésima potencia con la fuerza de la costumbre. Con un metaverso a pleno rendimiento, comenzaremos a vagar entre dos mundos, obviando las barreras entre ambos, las leyes de la física y la termodinámica, la diferencia entre lo permitido y lo permisible, lo hermoso y lo artificialmente perfecto, lo real y lo ideal. Así de primeras, un marco regulatorio que no sea similar entre ambos mundos será potencialmente peligroso.

Las marcas del futuro

Ya sea a nivel espiritual o material, ¿de verdad será posible en el metaverso conseguir todo lo que ansiemos? Así rezaban las primeras comunicaciones (algo panfleto-sectarias) al respecto. Y, lo más importante:

¿Es sano para las personas conseguir todo lo que quieren? La globalización de la pornografía sigue disparando las ventas de Viagra. Este hecho pone de manifiesto que nuestros sentidos corren el riesgo de atrofiarse si no tenemos que esforzarnos por conseguir nada. Igualmente, si adquirir un bien o servicio comienza a resultarnos indiferente (ya sea por aburrimiento, repetición o exceso de oferta) este pierde totalmente su misión comercial.

Aquí es donde tendrán las marcas el mayor de los retos en el metaverso. El primero es bastante obvio: ir más allá de emular lo que ofrecen a nuestro yo de carne y hueso, creando nuevas necesidades que no puedan ser satisfechas en el mundo real. El segundo, sin creerlo descabellado, es una apuesta personal: aprovechar esa facilidad de cercanía real (virtual) para hablarnos de tú a tú, para ser más humanas (qué ironía) y recordarnos lo importante que resulta volver a ser fiel a nuestra naturaleza, a nuestro instinto. Una apuesta segura en contraposición al caos que genera en el cerebro la incertidumbre y el desconocimiento, porque la razón llega solo hasta donde conoce. Si cuaja, las generaciones venideras contemplarán en el metaverso la consecución de la personalización definitiva de la experiencia de usuario, con la capacidad de crear estrechos vínculos emocionales con los consumidores del futuro. Si no cuaja, confiemos en Marte… Aunque esa es otra historia.